martes, 19 de marzo de 2013


Sobre el Territorio y economías alternativas
Comentario sobre la lectura de José Luis Coraggio


Al momento de introducir el concepto de territorio, como el escenario para la construcción de relaciones productivas y sociales que sean cada vez más equitativas y respetuosas de la diversidad entre grupos sociales (étnicos o de clase social) y de éstos con el entorno natural donde se materializa esta construcción social, Coraggio distingue dos perspectivas: la primera que focaliza al territorio como un complejo-natural, que incluye a la población humana y sus asentamientos como una especie particular de la vida, y otra que desde el accionar humano “incorpora los conceptos de comunidad y sociedad como componentes del territorio, que se vuelve así una categoría abarcadora y abarcada, donde procesos naturales y sociales se interpenetran”.  

En este sentido se plantea el arribo a una primera instancia: todo ecosistema por más lejano que se encuentre está afectado por la sociedad humana, al tiempo que la manifestación de la vida es determinando de lo social. “Los seres humanos son así vistos como seres necesitados, sujetos (con sus comunidades y sociedades) a la materialidad básica de tener que resolver sus necesidades. Esto es lo que se postula desde la Economía para la Vida o desde la Economía Social y Solidaria”. Estas dos categorías se sustentan en el alcance de un objetivo: el Bien Vivir o el Buen Vivir.

Impulsadas por las iniciativas de auto reconocimiento y reivindicación de las comunidades indígenas en Latinoamérica, como concepto el Buen Vivir incluye el desarrollo de conductas en la vida comunitaria que son “solidarias con las condiciones de buena vida de los otros, rechazando la indiferencia individualista que propician el utilitarismo posesivo estrecho, así como las tendencias a una diferenciación destructiva del otro, si es que no autodestructiva”.

Esta proyección finalista podría concretarse en la economía comunitaria y en la economía social, dimensiones que pueden ser diferencias peque que Coraggio asume inseparables, pues la  comunidad es inherente a la naturaleza relacional de la humanidad, mientras que concepto de sociedad incorpora mayores complejidades políticas, “pudiendo incluso aparecer como una alternativa a la comunidad (cuando las personas completan su individuación-separación de la comunidad pero idealmente son ciudadanos inseparables de la sociedad moderna, no se puede vivir fuera de la sociedad)… Podríamos proponer que, mientras las sociedades modernas han separado en la realidad y en el pensamiento los campos político, económico, cultural entre sí, y todos estos del campo ecológico, en la comunidad se mantiene la unidad práctica y simbólica entre estos. Y que, por lo tanto, el territorio, como concepto y como realidad, ha sido diferenciado y fragmentado como resultado del proyecto de la modernidad y el capitalismo,  mientras que en algunas regiones la persistencia de la comunidad ha resistido total o parcialmente esa tendencia”.

Esta persistencia de la lógica comunitaria es heterogénea sometida por la hegemonía capitalista. Aun así, en distintos campos de la realidad social latinoamericana, se muestran desde el punto de vista económico, rasgos de multiplicidad que van desde la implantación total del modo de producción y reproducción capitalista globalizado, hasta la subsistencia precaria de la vida campesina y los principios de reciprocidad y respeto por la naturaleza de la cosmovisión originaria de las comunidades indígenas. Estas dimensiones alcanzan mayores contrastes en sociedades como las de Bolivia y Ecuador, donde los índices de población rural e indígena son mayores que al de naciones de población mayoritariamente urbana y economías mono productoras como la venezolana. Es desde esta multiplicidad que se introducen conceptos de nuevas economías que intentan integrarse a lo existente con un carácter alternativo con aspiraciones hegemónicas.

Conceptos de economía

Luego de deslindar generalizaciones del pensamiento teórico dominante, el autor plantea su definición de la economía como:

“el sistema de normas, valores, instituciones y prácticas que se da históricamente una comunidad o sociedad para organizar el metabolismo seres humanos-naturaleza mediante actividades interdependientes de producción, distribución, circulación y consumo de satisfactores adecuados para resolver las necesidades y deseos legítimos de todos, definiendo y movilizando recursos y capacidades para lograr su inserción en la división global del trabajo, todo ello de modo de reproducir de manera ampliada (Vivir Bien) la vida de sus miembros actuales y futuros así como su territorio”.

Para el autor, esta definición se contrasta frente a la economía de mercados, modelo neoliberal que caracteriza de la siguiente manera:

a. el mercado libre y sus reglas del intercambio: se intercambian cantidades de mercancías con valores equivalentes, en base a precios, incluido el de la fuerza de trabajo, que se determinan por el juego de oferta y demanda  agregadas, sin pretensión de justicia;
b. la existencia de un equivalente universal, el dinero con sus múltiples funciones, condición para la acumulación ilimitada;
c. la propiedad privada de mercancías;
d. la definición de la tierra, el agua, la fuerza de trabajo y el conocimiento como mercancías ficticias transables y apropiables privadamente;
e. los satisfactores como bienes o servicios producidos para su venta en el mercado;
f. los actores económicos son personas físicas (individuos) o jurídicas (empresas) en un pie de igualdad de derechos, que son pautados para actuar racionalmente según las normas propias del utilitarismo (cada uno busca su máxima utilidad individual);
g. la legitimidad de sus necesidades y deseos es establecida a nivel individual por la capacidad de expresarlas como demanda individual solvente en el mercado y no en relación al conjunto de necesidades.

La economía social y solidaria se vienen planteando como alternativas al carácter depredador del capitalismo.  La primera se reconoce a partir de la organización del trabajo “autogestionado” y de “reproducción de las unidades domésticas y comunidades mediante la producción de valores de uso (en el límite: prácticas de sobrevivencia) y de admitir que la inclusión por vía del empleo en el sector capitalista ya no es una opción factible para las mayorías”. El carácter social de esta economía deviene de la caracterización que impone sobre lo natural, el aparato institucional y simbólico de la vida en sociedad: “lo económico no puede existir fuera de la naturaleza, sin lo material, pero tampoco fuera de lo simbólico, la cultura y la política; pretender lo contrario es propiciar, como el neoliberalismo, que se liberen automatismos que han mostrado ser destructivas de la vida”. Finalmente, el alcance solidario de la economía, supone la transformación del principio hegemónico del libre mercado.

En economías mixtas de hegemonía capitalista como las latinoamericanas, Coraggio plantea otra variación alternativa como la de economía popular. La cual define como:

La economía de los trabajadores, es decir de aquellos miembros de la sociedad cuyas unidades domésticas dependen de la realización de sus capacidades de trabajo para obtener su sustento, fundamentalmente combinando trabajo para la producción de satisfactores de consumo doméstico con trabajo para producir bienes o servicios para la venta en el mercado y con trabajo organizado por patrones que contratan a los trabajadores como fuerza de trabajo por un salario. Los ingresos por venta de productos y por salarios, así como las transferencias monetarias recibidas por los miembros de las unidades domésticas, integran un fondo de gasto de consumo común utilizado para la adquisición de bienes y servicios a los que se suman los bienes y servicios producidos para el propio consumo. Aunque en lo interno las unidades domésticas de los trabajadores (populares) se organizan por la reciprocidad (don/contradon simétrico) y se orientan por la reproducción de la vida de todos sus miembros, la solidaridad no es el comportamiento social propio ni siquiera predominante entre las unidades deomésticas o entre las comunidades de la economía popular realmente existente”.

Sin embargo, la apuesta del autor se enfoca en el desarrollo de economías comunitarias, que materializan en el territorio, la acción social y política de un sistema emergente, el sistema comunal.

“Frente a la propiedad privada y el trabajo enajenado se plantea la propiedad colectiva de los recursos y un usufructo privado, con apropiación de los productos del propio trabajo en forma familiar/individual. La colectividad es la que decide quién accede a las condiciones para la vida y puede decidir también tener representantes con autoridad delegada que, sin embargo deben ser rotativos, cumplir la función por obligación hacia la comunidad y mandar obedeciendo al mandato que reciben. Este sistema produce bienes públicos, pero no se reciben como puros derechos por el mero hecho de existir sino como contrapartida por la participación de los individuos en la colectividad y en el cumplimiento de funciones que ésta les asigna. Tiene rasgos culturales que implican una línea de avanzada dentro de la economía popular y solidaria, en particular su visión holística, que incluye la no separación entre la sociedad y el metabolismo con la naturaleza así como la centralidad del trabajo”.

El autor se compromete con este marco conceptual, donde las formas comunitarias de organización económica son parte de la economía popular solidaria, por su naturaleza plural y porque admite diversas formas para articularse con varios principios de una economía mixta (estatal, privada y social) protegiendo los principios de reproducción doméstica, reciprocidad y redistribución (progresiva).

Frente a los retos de la reterritorialización de las sociedades y economías multi éticas, Coraggio plantea la imperante necesidad de admitir que históricamente en Latinoamérica se vienen distanciando de forma irreversible grupos sociales de sus comunidades de origen. Se trataría entonces de ir más allá al reconocimiento del impacto irreversible que el “contrato social” propio de la modernidad ha tenido sobre nuestras sociedades y
Comunidades. Para ello el autor plantea varios ámbitos de acción:

a) pasar de un paradigma de sistema político basado exclusivamente en los individuos y sus asociaciones a uno que incluye además a las comunidades y a la naturaleza como sujetos de derechos;
b) pasar de una definición de ‘ciudadanos incluidos’ que ha seguido excluyendo a grandes sectores de la sociedad y a comunidades enteras en razón de su status ocupacional, la edad, su residencia, el género, la etnia, a una definición que incluye a todos y a la naturaleza;
c) ampliar la solidaridad, del predominio de la solidaridad entre iguales a la solidaridad entre diferentes, y en particular admitir la multiplicidad de formas del mundo de la vida popular y de proyectos de buena vida;
d) romper con el sistema patriarcal y la división público/privado que, entre otras cosas, reconoce como económicas y productivas solo a las actividades que producen valores de cambio mientras desplaza a la esfera privada formas sustanciales del trabajo de reproducción social.

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