Sobre el Territorio y economías alternativas
Comentario sobre la lectura de José Luis Coraggio
Al momento de introducir el
concepto de territorio, como el escenario para la construcción de relaciones
productivas y sociales que sean cada vez más equitativas y respetuosas de la
diversidad entre grupos sociales (étnicos o de clase social) y de éstos con el
entorno natural donde se materializa esta construcción social, Coraggio
distingue dos perspectivas: la primera que focaliza al territorio como un complejo-natural,
que incluye a la población humana y sus asentamientos como una especie
particular de la vida, y otra que desde el accionar humano “incorpora los
conceptos de comunidad y sociedad como componentes del territorio, que se
vuelve así una categoría abarcadora y abarcada, donde procesos naturales y
sociales se interpenetran”.
En este sentido se plantea el
arribo a una primera instancia: todo ecosistema por más lejano que se encuentre
está afectado por la sociedad humana, al tiempo que la manifestación de la vida
es determinando de lo social. “Los seres humanos son así vistos como seres
necesitados, sujetos (con sus comunidades y sociedades) a la materialidad
básica de tener que resolver sus necesidades. Esto es lo que se postula desde
la Economía para la Vida o desde la Economía Social y Solidaria”. Estas dos
categorías se sustentan en el alcance de un objetivo: el Bien Vivir o el Buen
Vivir.
Impulsadas por las iniciativas de
auto reconocimiento y reivindicación de las comunidades indígenas en
Latinoamérica, como concepto el Buen Vivir incluye el desarrollo de conductas
en la vida comunitaria que son “solidarias con las condiciones de buena vida de
los otros, rechazando la indiferencia individualista que propician el
utilitarismo posesivo estrecho, así como las tendencias a una diferenciación
destructiva del otro, si es que no autodestructiva”.
Esta proyección finalista podría
concretarse en la economía comunitaria y en la economía social, dimensiones que
pueden ser diferencias peque que Coraggio asume inseparables, pues la comunidad es inherente a la naturaleza
relacional de la humanidad, mientras que concepto de sociedad incorpora
mayores complejidades políticas, “pudiendo incluso aparecer como una alternativa
a la comunidad (cuando las personas completan su individuación-separación de la
comunidad pero idealmente son ciudadanos inseparables de la sociedad moderna,
no se puede vivir fuera de la sociedad)… Podríamos proponer que, mientras las
sociedades modernas han separado en la realidad y en el pensamiento los campos
político, económico, cultural entre sí, y todos estos del campo ecológico, en
la comunidad se mantiene la unidad práctica y simbólica entre estos. Y que, por
lo tanto, el territorio, como concepto y como realidad, ha sido diferenciado y
fragmentado como resultado del proyecto de la modernidad y el capitalismo, mientras que en algunas regiones la
persistencia de la comunidad ha resistido total o parcialmente esa tendencia”.
Esta persistencia
de la lógica comunitaria es heterogénea sometida por la hegemonía capitalista.
Aun así, en distintos campos de la realidad social latinoamericana, se muestran
desde el punto de vista económico, rasgos de multiplicidad que van desde la
implantación total del modo de producción y reproducción capitalista
globalizado, hasta la subsistencia precaria de la vida campesina y los
principios de reciprocidad y respeto por la naturaleza de la cosmovisión
originaria de las comunidades indígenas. Estas dimensiones alcanzan mayores
contrastes en sociedades como las de Bolivia y Ecuador, donde los índices de
población rural e indígena son mayores que al de naciones de población
mayoritariamente urbana y economías mono productoras como la venezolana. Es
desde esta multiplicidad que se introducen conceptos de nuevas economías que
intentan integrarse a lo existente con un carácter alternativo con aspiraciones
hegemónicas.
Conceptos de economía
Luego de
deslindar generalizaciones del pensamiento teórico dominante, el autor plantea
su definición de la economía como:
“el
sistema de normas, valores, instituciones y prácticas que se da históricamente
una comunidad o sociedad para organizar el metabolismo seres humanos-naturaleza
mediante actividades interdependientes de producción, distribución, circulación
y consumo de satisfactores adecuados para resolver las necesidades y deseos
legítimos de todos, definiendo y movilizando recursos y capacidades para lograr
su inserción en la división global del trabajo, todo ello de modo de reproducir
de manera ampliada (Vivir Bien) la vida de sus miembros actuales y futuros así
como su territorio”.
Para el autor,
esta definición se contrasta frente a la economía de mercados, modelo
neoliberal que caracteriza de la siguiente manera:
a. el mercado
libre y sus reglas del intercambio: se intercambian cantidades de mercancías
con valores equivalentes, en base a precios, incluido el de la fuerza de
trabajo, que se determinan por el juego de oferta y demanda agregadas, sin pretensión de justicia;
b. la existencia
de un equivalente universal, el dinero con sus múltiples funciones, condición
para la acumulación ilimitada;
c. la propiedad
privada de mercancías;
d. la definición
de la tierra, el agua, la fuerza de trabajo y el conocimiento como mercancías
ficticias transables y apropiables privadamente;
e. los
satisfactores como bienes o servicios producidos para su venta en el mercado;
f. los actores
económicos son personas físicas (individuos) o jurídicas (empresas) en un pie
de igualdad de derechos, que son pautados para actuar racionalmente según las
normas propias del utilitarismo (cada uno busca su máxima utilidad individual);
g. la
legitimidad de sus necesidades y deseos es establecida a nivel individual por
la capacidad de expresarlas como demanda individual solvente en el mercado y no
en relación al conjunto de necesidades.
La
economía social y solidaria se vienen planteando como alternativas al carácter
depredador del capitalismo. La primera se
reconoce a partir de la organización del trabajo “autogestionado” y de
“reproducción de las unidades domésticas y comunidades mediante la producción
de valores de uso (en el límite: prácticas de sobrevivencia) y de admitir que
la inclusión por vía del empleo en el sector capitalista ya no es una opción
factible para las mayorías”. El carácter social de esta economía deviene de la
caracterización que impone sobre lo natural, el aparato institucional y
simbólico de la vida en sociedad: “lo económico no puede existir fuera de la
naturaleza, sin lo material, pero tampoco fuera de lo simbólico, la cultura y
la política; pretender lo contrario es propiciar, como el neoliberalismo, que
se liberen automatismos que han mostrado ser destructivas de la vida”.
Finalmente, el alcance solidario de la economía, supone la transformación del
principio hegemónico del libre mercado.
En
economías mixtas de hegemonía capitalista como las latinoamericanas, Coraggio
plantea otra variación alternativa como la de economía popular. La cual define
como:
La economía de
los trabajadores, es decir de aquellos miembros de la sociedad cuyas unidades
domésticas dependen de la realización de sus capacidades de trabajo para
obtener su sustento, fundamentalmente combinando trabajo para la producción de satisfactores de consumo
doméstico con trabajo para producir bienes o servicios para la venta en el mercado y con trabajo
organizado por patrones que contratan a los trabajadores como fuerza de trabajo por un salario. Los
ingresos por venta de productos y por salarios, así como las transferencias
monetarias recibidas por los miembros de las unidades domésticas, integran un
fondo de gasto de consumo común utilizado para la adquisición de bienes y servicios
a los que se suman los bienes y servicios producidos para el propio consumo. Aunque
en lo interno las unidades domésticas de los trabajadores (populares) se organizan
por la reciprocidad (don/contradon
simétrico) y se orientan por la reproducción de la vida de todos sus
miembros, la solidaridad no es el comportamiento social propio ni siquiera
predominante entre las unidades deomésticas o entre las comunidades de la
economía popular realmente existente”.
Sin
embargo, la apuesta del autor se enfoca en el desarrollo de economías
comunitarias, que materializan en el territorio, la acción social y política de
un sistema emergente, el sistema comunal.
“Frente a la
propiedad privada y el trabajo enajenado se plantea la propiedad colectiva de
los recursos y un usufructo privado, con apropiación de los productos del
propio trabajo en forma familiar/individual. La colectividad es la que decide
quién accede a las condiciones para la vida y puede decidir también tener
representantes con autoridad delegada que, sin embargo deben ser rotativos,
cumplir la función por obligación hacia la comunidad y mandar obedeciendo al
mandato que reciben. Este sistema produce bienes públicos, pero no se
reciben como puros derechos por el mero hecho de existir sino como
contrapartida por la participación de los individuos en la colectividad y en el
cumplimiento de funciones que ésta les asigna. Tiene rasgos culturales que
implican una línea de avanzada dentro de la economía popular y solidaria, en
particular su visión holística, que incluye la no separación entre la sociedad
y el metabolismo con la naturaleza así como la centralidad del trabajo”.
El
autor se compromete con este marco conceptual, donde las formas comunitarias de
organización económica son parte de la economía popular solidaria, por su
naturaleza plural y porque admite diversas formas para articularse con varios
principios de una economía mixta (estatal, privada y social) protegiendo los
principios de reproducción doméstica, reciprocidad y redistribución
(progresiva).
Frente
a los retos de la reterritorialización de las sociedades y economías
multi éticas, Coraggio plantea la imperante necesidad de admitir que
históricamente en Latinoamérica se vienen distanciando de forma irreversible
grupos sociales de sus comunidades de origen. Se trataría entonces de ir más allá
al reconocimiento del impacto irreversible que el “contrato
social” propio de la modernidad ha tenido sobre nuestras sociedades y
Comunidades.
Para ello el autor plantea varios ámbitos de acción:
a) pasar de un
paradigma de sistema político basado exclusivamente en los individuos y sus
asociaciones a uno que incluye además a las comunidades y a la naturaleza como
sujetos de derechos;
b) pasar de una
definición de ‘ciudadanos incluidos’ que ha seguido excluyendo a grandes
sectores de la sociedad y a comunidades enteras en razón de su status
ocupacional, la edad, su residencia, el género, la etnia, a una definición que
incluye a todos y a la naturaleza;
c) ampliar la
solidaridad, del predominio de la solidaridad entre iguales a la solidaridad
entre diferentes, y en particular admitir la multiplicidad de formas del mundo
de la vida popular y de proyectos de buena vida;
d) romper con el
sistema patriarcal y la división público/privado que, entre otras cosas,
reconoce como económicas y productivas solo a las actividades que producen
valores de cambio mientras desplaza a la esfera privada formas sustanciales del
trabajo de reproducción social.